Hoy toca tradición, porque nos alejamos mucho de nuestras
raíces, empujados por corrientes modernas, la mayoría de las veces importadas
de otros lugares del mundo, y que se imponen a los "manidos dulces"
de toda la vida.
Quería dejar un recuerdo bonito de este clásico confitero.
Le ha tocado a los barquillos, pero han podido ser otros dulces que igualmente
llevan en su mayor parte un componente tan versátil como es la crema pastelera,
en menor o mayor cantidad.
He elegido estos pasteles en recuerdo de un día especial,
con amigos, de momentos vividos en los que se hace necesaria una frase que no
llenan las palabras... Una tarde de café, de infusiones, de hasta una copita de
anís desperdigada.
Era un día soleado, pero en las calles el frío crujía a
media tarde. Allí, en ese lugar donde nos encontrábamos el ambiente estaba
caldeado, tal vez fuera porque la gente se agolpaba para coger una mesita
deseando sentarse tranquilamente a conversar. ¡Y cómo no! de paso aliviar los
estómagos con un "caldo" caliente, o para calentar.
Nos sentimos atraídos por el olor a azúcar, a chocolate, a
almíbares... diría que el aire había sido sustituido por esas esencias porque
era lo que se respiraba y percibíamos.
Los expositores de aquella cafetería-pastelería lucían
desafiantes, provocativos, insinuando sus encantos mientras los ojos de los
clientes escrutaban qué y cuántos dulces se iban a meter entre pecho y espalda, en un
barullo tal que a empujones no conseguías llegar a ser visible. Al fin pudimos
ser atendidas por aquella muchacha que no daba abasto con tanto lío.
A Carmen, se le antojaron los barquillos que acabaron
ocupando nuestra mesa de cinco almas.
Después de hablar sobre cosas divinas y humanas, tratando de
ejercer el arte de la amistad, salió a relucir la crema pastelera y mi
compromiso de pasar a las páginas de este blog una receta sencilla y perfecta
para hacerla y no fallar. Por eso se la dedico a ella, que sin pensarlo, ni
quererlo, hoy ve escrito su nombre aquí. Agradezco a Carmen su generosidad, que
de eso sabe muchísimo.
Y por descontado para mis amigos seguidores a quienes lanzo
un beso. Gracias por seguirme.
Ingredientes:
- Azúcar, 80 g.
- Maizena, 40 g.
- Huevos enteros L,
2.
- Leche entera, 400
ml.
- Aroma de vainilla,
1 cdta.
- Ralladura de limón,
1 cdta.
Elaboración:
En un cuenco bate ligeramente los huevos y mezcla con la
vainilla, el azúcar y la Maizena.
En un cazo pon la leche a calentar con la ralladura de limón
(yo se la dejo, pero si prefieres retírala colando una vez que rompa a hervir).
Después viertes la leche sobre la primera preparación, poco a poco y removiendo
con energía para diluir grumos.
Devuelve al cazo la mezcla y la pones nuevamente al fuego
(medio-bajo).
Con varillas manuales remueve rápido y de manera constante
hasta que espese la crema. ¡Haz musculitos! Cuanto más hayas removido la crema,
el resultado será más fino y brillante.
Ya terminada, vuelca en un recipiente o plato asegurándote
que no cree costra, para eso cubre con film la superficie al ras.
Podrás usarla en cuanto esté tibia.
Para utilizar la crema me he decantado por unos barquillos,
para los que he necesitado hojaldre con mantequilla (mejor rectangular), un
huevo batido para pincelar y azúcar glas. Serán necesarios unos moldes
especiales de metal para formar y hornear (es muy fácil encontrarlos en
cualquier ferretería).
Debes cortar tiras de igual ancho y largo, e ir colocándolas
alrededor del molde cónico desde la punta hacia el extremo ancho, montando
ligeramente.
Pincela con el huevo batido e introduces en el horno
previamente calentado a 200 °C, alrededor de 15 minutos (usa papel vegetal para
ponerlos en la bandeja). Deja enfriar y
rellena con la crema, si lo haces con manga pastelera será más cómodo.
Espolvorea azúcar glas ¡y listo!
No habrás comido nunca unos barquillos iguales. Ya me
contarás.