Mientras escribo me evado. Buena terapia e inofensiva.
II Me he propuesto caminar todos
los días al menos una hora. Siempre me gustó andar por mi terruño, y ahora, más
que nunca me lo pide el cuerpo. En cayendo la tarde, cierro la puerta de casa y
traspongo a Los Gañanes ¡No habéis visto este lugar! ¡ni lo soñáis! Ahí viven
los mejores silencios, el canto de las aves, el olor de los lirios y de la
tierra... el recuerdo de los míos.
Al anochecer el cielo se torna violeta, y es solo aquí.
No sé que mágica idea tuvo quien lo diseñó de esta manera. Si te alejas cien
metros dejas de verlo. El efecto que produce este color cautiva y retiene la
respiración permitiéndote al fin exhalar un suspiro. Aquí quisiera morir, que
descansara mi cuerpo y que mi último aliento se uniera al cosmos para decir
adiós, me voy feliz . Os lo cuento a vosotros que sé que me creéis. Y porque lo
haréis con todo lo que me queda por relataros.
No suelo tropezar con nadie, a las cinco de la tarde los
pocos habitantes de El Sauco se disponen a cenar. A veces he coincidido con
alguno de ellos, siempre varones, que aprietan el paso al verme, dejando el
surco de sus alpargatas en el suelo terroso. Un leve levantamiento de cabeza y
un saludo convencional con la mano para salir airosos del encuentro, no tan
fortuito. Me conocen y saben que a esas horas me dirijo hacia el sur.
Caminando abstraída no vi acercarse a una prudencial
distancia al perro de Gregorio Luján. Siempre me han gustado los canes,
pero este es especial. De bonita estampa
no tiene nada, que diría mi madre estar contrahecho, sin embargo sé que me
aprecia, el sentimiento es mutuo y lo sabe. Nada más percibir mi silueta ha
corrido a buscarme y en la algarabía propia del encuentro casi hace aterrizar
mis huesos en la hojarasca. Gregorio lo ha conminado a gritos para que me
dejara en paz. En no haciendo caso ha levantado su bastón de madera para
golpear al chucho, lo que yo he impedido poniéndome en medio. Habrá visto tal
furia en mis ojos que se ha detenido como un alfeñique, pelele irrisorio.
·-o0o-·
¡A ver qué os parece la lasaña que os traigo hoy! La pasta
la compré en Lidl uno de esos días que traen productos de Italia. Nunca sabes
si saldrán bien, porque no tienes referencias y también puede pasar que no
hayas sabido usarlas. Estas placas no necesitan remojo y se cocina la lasaña en
el horno con su salsa, respetando los tiempos que indica el envase. A mí me
encantaron, de hecho fui a buscarlas en un par de ocasiones y no las encontré.
Son cosas que traen puntualmente.
No os doy medidas pues depende de cómo queráis hacerla de
tamaño. No es más que aumentar placas y demás ingredientes según los que vayáis
a comer.
Ingredientes:
- Setas surtidas.
- Cebolla ½.
- Ajos 2.
- Queso Philadelphia,
para 500 ml de leche 200 g.
- Bechamel con
Maizena. Seguid las indicaciones del fabricante (para 250 ml de leche 15 g de
Maizena...)
- Queso blanco de
cabra, especial fundir.
- Perejil fresco.
- Pimienta blanca
molida.
- Nuez moscada.
- Aceite de oliva.
- Sal.
Elaboración:
Corta menuda la cebolla y la rehogas con el ajo picado.
Añade las setas, condimenta con sal y pimienta. Espolvorea el perejil.
Bate el queso con parte de la leche.
Diluye en el resto la Maizena.
Une las dos preparaciones y llevas al fuego hasta que
espese. Sazona un poco y agrega la nuez moscada rallada.
Añade unas cuantas cucharadas de la salsa a las setas
rehogadas y mezcla.
Ve montando capas en una fuente de horno. Primero una finita
de bechamel, luego placas, después setas y así sucesivamente. La última capa
debe ser de bechamel, es indiferente que hayas terminado con placas o con
setas.
Pon las lonchas de queso y perejil picado.
Sigue las instrucciones del paquete para hornear. Gratina
antes de servir.